lunes, 27 de enero de 2020

EL ESTUDIO


Se sentaba semanalmente en el mismo rincón bajo la lámpara de luz tenue con su computadora portátil y una copa de vino a medio beber. Nunca le gustó tanto la sensación de embriaguez, por lo que la evitaba a toda costa bebiendo de su copa a pequeños sorbos espaciados. Cada miércoles, a las cuatro con diecisiete minutos de la tarde entraba a observar, a disfrutar de su soledad. 


Yo lo sabía, porque la conocía desde mi infancia. Ella se fue a estudiar a una privilegiada escuela superior de mercadotecnia y yo me quedé aquí, manteniendo a mis padres como otro sencillo empleado de la cafetería del pueblo. Nunca olvidé sus ojos perfectos, siempre observando a todos en el patio de recreo en silencio.


Me gustaba vivir en el sueño de que llegaba por verme a mí; pero las únicas veces que dirigía su misteriosa mirada hacia mí, era cuando se acercaba a la caja a pagar su copa de vino. Yo no le hablaba, no me arriesgaría a distraerla de lo que fuera que la mantenía tan concentrada. 


Eventualmente, un chico nuevo empezó a frecuentar el local. Por un par de semanas, llegaba a diario; luego, solo los miércoles, casi a la misma hora que Elvira. Julián llegaba a las cuatro con veinte minutos. Supe su nombre porque a diferencia de Elvira, Julián pagaba su cuenta con tarjeta de crédito. Julián tenía buen porte, perfumado y de traje. Como si llegara a esperar una cita que siempre se olvidaba de él. 


Julián sí se atrevió a acercarse a la mesa de Elvira y distraer su atención. Por un momento pensé que ella lo evitaría, que sería la misma muchacha callada de la escuela y que se las arreglaría para ahuyentar esa plática no deseada. No lo hizo. En cambio, le sonrió e inició una amena conversación con Julián. Entre carcajada y silencios cortos, vi la mirada iluminada en el rostro de Julián: finalmente encontró la cita que tanto llegaba a esperar. Elvira también tenía un brillo especial en sus ojos, mas no supe identificar qué era. Su interés en la vida de Julián era inimaginable. Hablaban de su amor mutuo por las carnes crudas, el amor de Elvira por la lectura y el amor no compartido de Julián por los buenos vinos, los añejados en barricas de roble. Pero esto último no lo sabía Julián, Elvira nunca lo mencionó y él nunca lo preguntó. Yo lo sabía, y pude haberle preguntado cientos de cosas acerca de su rutina semanal, porque yo sí sabía el desagrado que sentía hacia cualquier bebida alcohólica. Yo pude haber ocupado el lugar de Julián, sentado en la misma mesa y al lado de Elvira, lanzando risas al aire. 

Pasaron varios meses y ellos seguían frecuentando la misma mesa. Elvira seguía interesada en la vida de Julián como un infante que le pregunta a sus padres el porqué de las cosas. Vi los ojos de Julián: había encontrado su alma gemela y estaba listo para hacerla su compañera de vida. Esa misma noche, cuando Elvira se fue, Julián se levantó a pagar (su propio consumo, porque Elvira no dejaba que pagaran nunca su cuenta), me pidió que en dos semanas cerrara el local solo para ellos. Lo supe, él estaba listo y yo quería fingir que no estaba pasando.

A la semana siguiente todo era igual, llegó Elvira a sentarse en la mesa del mismo rincón, abrió su computadora lista para escribir y minutos más tarde entró Julián a hacerle compañía. Esa tarde Julián salió antes y aproveché. Finalmente me llené de valor y esperé que Elvira llegara a la caja a pagar. Le pregunté si me recordaba. Con su dulce voz, aseguró haber tenido mi caminar en algún lado de su memoria y rebocé de alegría. Ya armado de valentía, le hice los cientos de preguntas que tenía en mente. Ella, como era de esperarse, se sintió abrumada por mi intrepidez. Vi en sus ojos la incomodidad y su deseo por retirarse tan pronto como le fuera posible. Respondió que era un gusto haberme visto, pero que era la última vez que llegaba, que estaba ahí por pura cuestión de trabajo; pues al graduarse de Mercadóloga, había llevado cursos de Sociología, Psicología y Antropología; y era la persona más cotizada en el ámbito para realizar estudios de mercado de diferentes productos. Entonces entendí su rutina semanal. Sentí pena por mí, pero mi pesar era más grande por saber que Julián llegaría a la semana siguiente a esperar nuevamente a su alma gemela.

martes, 15 de octubre de 2019

Endometriosis, ¿Embarazo Frustrado?

Esta ha sido por mucho, la entrada más personal que he publicado en este blog.

Mayo 2, 2018


A diario buscaba una forma sencilla de poder explicar mi dolor de todos los días.  Quería dar a conocer el sufrir de mi existencia.
Había oído de comparaciones con dolores de apendicitis, dolor de parto natural sin anestesia.  Mis amigas y conocidas no entendían todo lo que me pasaba y hasta cierto punto imaginaban que era una débil para el dolor. "Son cólicos, eso es normal" me decían.  Yo sabía que no era normal sentir dolor intenso a diario; teniendo o no teniendo mi cita de desangrado mensual. Sabía que había una forma de hacerles entender que no, las pastillas no ayudan a disminuir el dolor.
Desde que fui diagnosticada con endometriosis, mi deseo de heredarle mi ADN a un pequeño ser era más fuerte; pues "si este dolor de parto lo paso todos los días, una vez más no va a ser mayor cosa" me repetía a mí misma.
Tal vez era berrinche: el saber que el diagnóstico positivo de un posible embarazo era prácticamente nulo.
Tal vez era nostalgia: el pensar que nunca iba a ver una versión pequeña de mi forma humana.
Tal vez era el creer que podía ayudar a mi entorno, con una pequeña vida siendo una versión mejorada de todas las malas experiencias que había visto y vivido, duplicando las experiencias buenas de la vida.
El procurar educar a ese humanito mejor de lo que hicieron en mi infancia.
La promesa que había hecho la pequeña Khrista de no cometer los mismos errores que habían cometido con ella y sus queridos. 

lunes, 14 de octubre de 2019

LECHE MATERNA

Lunes. Recién empezaba la semana laboral para algunos. Era una ciudad nueva y un país totalmente nuevo. Nuevos compañeros, nuevos jefes... Mismo trabajo de mierda: call center. Cuando vivía en mi país, trabajé en un call center por tanto tiempo, que me hizo sentir que lo sabía todo: a seguir las reglas, a buscar "las letras pequeñas del contrato" y a salirme con la mía. Cuando uno trabaja tanto tiempo en esos lugares, uno aprende a manejar el sistema a su beneficio, hay que ser inteligente y pasar desapercibido. Siempre. Que nadie se dé cuenta de tu existencia; y si lo notan, que no estén al tanto de todos tus movimientos.

Ellos tenían un sistema de catástrofes: se basaba esencialmente en avisar al supervisor lo que estaba sucediendo y mantener la calma. Claro, uno nunca mantiene la calma cuando está en medio de una catástrofe. Y es que honestamente, ¿quién se calma cuando sabe que hay una bomba a punto de explotar en el edificio donde casi estás viviendo?

 
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